jueves, 22 de septiembre de 2016

¿Porqué nos cuesta tanto orar? – Capítulo III – Los deleites de la Oración




Cuando oras ¿te acercas más a Dios o a tu petición? 

“En gran parte de nuestra oración hay realmente pocos pensamientos de Dios. Nuestra mente está distraída con las ideas de lo que necesitamos, y no en el Padre poderoso y afectuoso de quien estamos buscando… Si, entonces, oramos acertadamente, la primera cosa que deberíamos hacer es ver que realmente tenemos una audiencia con Dios, y que verdaderamente estamos en su presencia… Antes de ofrecer una palabra de petición, debemos tener definida y vívida conciencia que le estamos hablando a Dios, y debemos creer que Él nos escucha y que nos garantiza lo que pedimos. Esto solo es posible por el poder del Espíritu Santo, así que debemos mirar al Espíritu Santo para que ciertamente nos guíe a la presencia de Dios, y no deberíamos estar precipitados de palabras hasta que Él nos haya llevado allí.”  (R. A. Torrey – del libro: Cómo Orar)

Antes de que nuestras rodillas toquen el suelo, ya nuestros labios han comenzado a pedir, como si orar consistiese en hacer la lista de compras y pasársela por debajo de la puerta al Señor…. ¿realmente somos conscientes que orar es tener una audiencia privada con el Rey?

Ester 4:11 Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey, saben que cualquier hombre o mujer que entra en el patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere el cetro de oro, el cual vivirá…

Ester 5:2 Y cuando vio a la reina Ester que estaba en el patio, ella obtuvo gracia ante sus ojos; y el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces vino Ester y tocó la punta del cetro.

Los reyes en el oriente solían tener un cetro, generalmente de oro, y a aquel a quien se lo extendían comprendía que había hallado gracia delante de sus ojos. Esto lo vemos claramente en el ejemplo bíblico de la reina Ester y el rey Asuero. También nos dice la Biblia algo sobre el cetro del Rey de Reyes:

Hebreos 1:8 Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo;  Cetro de equidad es el cetro de tu reino.

Vimos en el capítulo anterior de esta serie, que el Trono de Dios es un un Trono de Gracia, donde se nos manda acercarnos confiadamente para alcanzar gracia y misericordia para el oportuno socorro. Pues Jesús nuestro Gran Rey, nos ha extendido su cetro en señal de propiciación, en señal de que hemos hallado gracia delante de sus ojos. Entonces, la cuestión es: ¿somos conscientes de todo esto cuando vamos a orar? ¿somos conscientes de que si Jesús no hubiese extendido su cetro de equidad (justicia y justificación) sobre nosotros seríamos reos de muerte eterna?

Ni siquiera la reina (la esposa favorita) podía acercarse al rey si este no le extendía su cetro en señal de favor. ¡Y nosotros entramos a los gritos delante del Trono, a las prisas, casi saltándole por encima a los  veinticuatro ancianos que están postrados sobre sus rostros!… para decirle (o más bien exigirle) al Rey, todo lo que tiene que darnos “porque Él se ha comprometido en su Palabra“… y venimos a reclamarlo, si, ¡y que se hagan a un lado los querubines, serafines y los cuatro seres vivientes que ahí venimos nosotros a tomar lo que nos pertenece!…

A veces me pregunto si alguno de estos cuatro seres vivientes, al menos el que tiene rostro como de león, no sentirá deseos de rugir y darnos un mordisco por nuestra irreverencia.

Hay momentos en que la urgencia del caso hace que entremos a la oración con gemidos, llantos o gritos de dolor, esto no es a lo que me refiero por irreverencia. Pero en la oración habitual, donde no hay una urgencia, debemos tomarnos un tiempo para concienciarnos de que estamos presentándonos delante del Trono del Rey Soberano. Y de esa manera humillarnos, y permitir que la gloria de su Majestad nos abrume, nos deje absortos, nos haga sentir realmente la distancia que existe entre su grandeza y nuestra pequeñez. Para luego comenzar a percibir como ese abismo, que separa su todo de nuestra nada, se va llenando de misericordia, de la Gracia de Cristo, hasta llegar a sentir el abrazo profundo de su amor.

Pero ¿cómo puedes sentir todo esto si tu tiempo de oración es una carrera contra el reloj, y tienes tanta prisas por levantarte que tu boca es como una ametralladora? La oración es un momento donde saboreamos la presencia de Dios, nos volvemos más conscientes de ella y vamos perdiendo de vista nuestro yo.

Por medio de la oración entramos a la presencia de Dios, de un modo mucho más profundo del que normalmente experimentamos en nuestros quehaceres diarios; se supone que un cristiano vive, respira y se mueve en la comunión con Dios. Así que en realidad no vamos a la oración para estar en comunión con Dios, ya lo deberíamos estar en todo tiempo; vamos a la oración a profundizar esa comunión existente. O como diría Teresa de Avila: vamos a la oración para sacar agua con que regar el huerto donde cultivamos las virtudes. Si descuidamos la oración, todo en nuestra vida terminará por marchitarse.

La comunión intima con Dios es la que riega y nutre la comunión que tenemos cuando le servimos, y no al revés. La comunión intima de la oración es la madre de todas las comuniones. Yo debo tener comunión con Dios cuando duermo, cuando trabajo, cuando estudio, cuando le sirvo en la obra… pero todas ellas son nutridas por la comunión suprema, insustituible e irreemplazable de la oración, y entiéndase, oración a solas. Que mucho nos gusta la oración en público y tanto nos asusta la oración a solas. Pues quien no sabe estar a solas con Dios no sabe estar con Dios entre muchos. Debido a ello, es la falta de hombres y mujeres que impacten con sus vidas a los que se le acercan. Quien habla con Dios a solas, no hace falta que se esfuerce por hablar de Dios delante de los hombres, ellos notarán que él no es como el resto. Quien está a solas con Dios, no estará solo cuando esté delante de los hombres.

Antes de entrar a tu nuevo tiempo de oración, te ruego que te tomes unos instantes para pensar en dónde estarás (delante del Trono), con quién estarás (con el Rey), cómo es Él (Santo, Santo, Santo), cómo eres tú (pecador), quién es digno (Él), quién es indigno (tú), como será tu actitud (humilde), cómo será Su actitud (misericordiosa y clemente), cómo serán tu palabras (reverentes), cómo será Su Palabra (soberana), gracias a quién estarás ahí ( a Cristo), quien te ayudará a orar (el Espíritu Santo)…. y comenzarás a experimentar lo que es el deleite de la oración.

Una de las definiciones de avivamiento es: conciencia de la presencia de Dios, y es precisamente ese uno de los graves problemas de los creyentes hoy, la falta de conciencia de Su presencia ¡y esto ni tan siquiera en la oración!. ¿cómo podemos hablarle a alguien que ni siquiera estamos convencidos de que está ahí?

Busca ser consciente de su presencia, meditando en todo lo que Él es y en todo lo que Él ha prometido ser para contigo, el Espíritu Santo y la lectura de la Escritura te ayudarán a ello.

Pero recuerda, si realmente crees que al orar estás entrando delante de su Trono, actúa como si verdaderamente estuvieses allí. Sé consciente de la Gloria de Su Majestad, que es tan santa que acabaría contigo en un segundo; y sé consciente también que Cristo, cual Rey amoroso, ha extendido su cetro hacia ti y te dice: ven, entra confiadamente, yo te mandé llamar.

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Capítulo 3 de la serie: Porqué nos cuesta tanto orar – de Gabriel Edgardo Llugdar – Diarios de Avivamientos

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