Si la soberbia enseña la cara, su aspecto es repulsivo, por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, disfrazarse y confundi.
Un
escritor va paseando por la calle y se encuentra con un amigo. Se
saludan y comienzan a charlar. Durante más de media hora el escritor le
habla de sí mismo, sin parar ni un instante. De pronto se detiene un
momento, hace una pausa, y dice: "Bueno, ya hemos hablado bastante de
mí. Ahora hablemos de ti: ¿qué te ha parecido mi última novela?".
Es
un ejemplo gracioso de actitud vanidosa, de una vanidad bastante
simple. De hecho, la mayoría de los vicios son también bastante simples.
Pero en cambio la soberbia suele manifestarse bajo formas más complejas
que las de aquel fatuo escritor.
La soberbia tiende a
presentarse de forma más retorcida, se cuela por los resquicios más
sorprendentes de la vida del hombre, bajo apariencias sumamente diversas.
La soberbia sabe bien que si enseña la cara, su aspecto es repulsivo, y
por eso una de sus estrategias más habituales es esconderse, ocultar su
rostro, disfrazarse. Se mete de tapadillo dentro de otra actitud
aparentemente positiva, que siempre queda contaminada.
Te presentamos a continuación 8 disfraces habituales de la soberbia para que sepas identificarla
1) Unas veces se disfraza de sabiduría,
de lo que podríamos llamar una soberbia intelectual que se empina sobre
una apariencia de rigor que no es otra cosa que orgullo altivo.
2) Otras veces se disfraza de coherencia,
y hace a las personas cambiar sus principios en vez de atreverse a
cambiar su conducta inmoral. Como no viven como piensan, lo resuelven
pensando como viven. La soberbia les impide ver que la coherencia en el
error nunca puede transformar lo malo en bueno.
3) También puede disfrazarse de un apasionado afán de hacer justicia,
cuando en el fondo lo que les mueve es un sentimiento de despecho y
revanchismo. Se les ha metido el odio dentro, y en vez de esforzarse en
perdonar, pretenden calmar su ansiedad con venganza y resentimiento.
4) Hay ocasiones en que la soberbia se disfraza de afán de defender la verdad,
de una ortodoxia altiva y crispada, que avasalla a los demás; o de un
afán de precisarlo todo, de juzgarlo todo, de querer tener opinión firme
sobre todo. Todas esas actitudes suelen tener su origen en ese orgullo
tonto y simple de quien se cree siempre poseedor exclusivo de la verdad.
En vez de servir a la verdad, se sirven de ella —de una sombra de
ella—, y acaban siendo marionetas de su propia vanidad, de su afán de
llevar la contraria o de quedar por encima.
5) A veces se disfraza de un aparente espíritu de servicio,
que parece a primera vista muy abnegado, y que incluso quizá lo es,
pero que esconde un curioso victimismo resentido. Son esos que hacen las
cosas, pero con aire de víctima ("soy el único que hace algo"), o
lamentándose de lo que hacen los demás ("mira éstos en cambio...").
6) Puede disfrazarse también de generosidad, de esa generosidad ostentosa que ayuda humillando, mirando a los demás por encima del hombro, menospreciando.
7) O se disfraza de afán de enseñar o aconsejar,
propio de personas llenas de suficiencia, que ponen a sí mismas como
ejemplo, que hablan en tono paternalista, mirando por encima del hombro,
con aire de superioridad.
8) O de aires de dignidad, cuando no es otra cosa que susceptibilidad, sentirse ofendido por tonterías, por sospechas irreales o por celos infundados.
¿Es
que entonces la soberbia está detrás de todo? Por lo menos sabemos que
lo intentará. Igual que no existe la salud total y perfecta, tampoco
podemos acabar por completo con la soberbia. Pero podemos detectarla, y
ganarle terreno.
¿Cómo detectar la soberbia, si se esconde bajo tantas apariencias?
La soberbia muchas veces nos engañará, y no veremos su cara oculta de diversas maneras, pero los demás sí lo suelen ver. Si somos capaces de ser receptivos, de escuchar la crítica constructiva, nos será mucho más fácil desenmascararla.
El
problema es que hace falta ser humilde para aceptar la crítica. La
soberbia suele blindarse a sí misma en un círculo vicioso de
egocentrismo satisfecho que no deja que nadie lo llame por su nombre.
Cuando se hace fuerte así, la indefensión es tal que van creciendo las
manifestaciones más simples y primarias de la soberbia: la
susceptibilidad enfermiza (sentirnos ofendidos por todo y por todos), el
continuo hablar de uno mismo, las actitudes prepotentes y engreídas, la
vanidad y afectación en los gestos y el modo de hablar, el decaimiento
profundo al percibir la propia debilidad, etc.
Hay
que romper ese círculo vicioso. Ganar terreno a la soberbia es clave
para tener una psicología sana, para mantener un trato cordial con las
personas, para no sentirse ofendido por tonterías, para no herir a los
demás..., para casi todo. Por eso hay que tener miedo a la soberbia, y
luchar seriamente contra ella. Es una lucha que toma el impulso del
reconocimiento del error. Un conocimiento siempre difícil, porque el
error se enmascara de mil maneras, e incluso saca fuerzas de sus
aparentes derrotas, pero un conocimiento posible, si hay empeño por
nuestra parte y buscamos un poco de ayuda en los demás.
Busquemos a Jesús, es el maestro perfecto de la virtud de la humildad. Estudiemos el Evangelio para imitar sus palabras "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas" (Mateo 11,29).
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